Tengo que hacer una gran hoguera. Una hoguera que llegue
hasta donde no sé. Quiero que el fuego que salga de aquí, rojo, fuerte,
caliente multiplicándose en chispas, se transforme en un hilo indefinido de
humo que abarque el universo, que hable con los duendes para que nos calme el
dolor de los amados que se “van”, de la derrota de la voluntad, de los cambios
de la vida y no nos deje detenernos en el vacío. Que la memoria vaya creando
con los retazos del pasado la felicidad impalpable, la invisible y
fantasmagórica felicidad atrapada en un aquelarre.
(Esto lo escribí en 2017, pero ya ahora sin aquelarre. Es que 2020
está marcando un límite, una época y nada ha vuelto a repetirse. Una noche
pagana se convirtió en prohibida.)
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